El Presidente se cierra y no tolera el debate sobre los límites del aislamiento social. Achica el margen para el trato político, restringido a los jefes provinciales. En paralelo, desde Buenos Aires hacen pronósticos temerarios. Y defienden así la idea del confinamiento.
La preocupación sobre los niveles de contagio de coronavirus terminó de afirmarse como era previsible. El creciente número de testeos ya venía describiendo un cuadro complicado en la Capital y anoche sumó otra alerta en la Provincia: el registro oficial anotó allí por primera vez más de 300 infectados en un día. La alarma se había encendido por el caso de Villa Azul y la posible circulación en otros barrios populares. Eso, sumado a los dichos de Sergio Berni con intentos de metáfora apelando alTitanic o las explosiones nucleares. Está claro: nadie con sensatez plantea el abandono abrupto de la cuarentena. Eso es cosa de extremos patéticos. Pero parece que el Gobierno se siente cómodo frente a semejante “enemigo” y busca construirlo.
Alberto Fernández, a su modo, expresa esa línea. Por momentos cuida el discurso y otras veces reacciona con intolerancia en el tono y conceptualmente. En esos momentos, a veces ráfagas, coloca cualquier cuestionamiento al manejo del aislamiento y hasta la descripción de algunos efectos –la angustia, la fatiga social- como piezas del juego de un supuesto armado “anticuarentena”. Ayer mismo, puso el complejo problema fuera de las medidas oficiales, por completo, y lo hizo con tono de fastidio.
La frase de no es única en el ejercicio presidencial de alta exposición mediática: “No es la cuarentena lo que complica la actividad en el todo el mundo, sino la pandemia”, dijo, y remató para dar por cerrado el tema: “No discutamos más eso”. Visto así, el drama que vive el planeta sería exclusivamente atribuible a un hecho ajeno a la voluntad de cada gobierno y las consecuencias por los manejos de gestión –aquí, no sólo nacional sino además provinciales- no existirían. Curioso, porque contradice el discurso oficial que viene dividiendo linealmente entre políticas humanitarias y políticas economicistas, con resultados destacables o censurables respectivamente.
No es el único desfasaje entre discurso y realidad, atribuible a Olivos y a gestiones locales. El último espasmo expuso formalmente un endurecimiento de la cuarentena en el área de la Capital y el Gran Buenos Aires, cuya extensión ya estaba descontada. Las calles exhiben en estas horas y como ya venía sucediendo rebusques de salidas y de supervivencia económica, entre otras postales. Se ha dicho: sería una muy mala combinación entre flexibilizaciones de hecho y dureza en la formulación de medidas. Algo así como riesgo de circulación desordenada y escaso impacto productivo.
La idea de administrar la cuarentena sería otra. Se trata del manejo, más allá del inicial y amplio consenso sobre la necesidad del aislamiento como barrera para tratar de armar y luego hacer sostenible el sistema sanitario frente a los picos de circulación y contagio. Eso, y el camino posterior y gradual de salida con normas de distanciamiento y otros límites para la vida social.
El punto es que la cerrazón sobre un modelo de cuarentena, sin atender el deterioro práctico –y sin administrar ese mismo cuadro-, más la negación de cualquier espacio de debate ya estaría obstruyendo, a esta altura, la articulación política del Gobierno con la oposición –no solo con algunos jefes territoriales- y con aliados a los que se incomoda con pretensiones de alineamiento automático.
Algo de eso se ha ido expresando en el Congreso. Vienen sumándose tensiones y cruces, como los anotados en comisiones de Diputados y en un par de bicamerales. La falta de negociación provocó también una disputa sobre el DNU que amplió el manejo presupuestario en el ámbito de la jefatura de Gabinete. Fueron ignorados los interbloques considerados aliados, que demandaban tratar el tema. Y Juntos por el Cambio planteó una sesión especial como gesto político en materia institucional.
Ninguno de esos sectores -con internas propias sobre las que se intentó trabajar desde el oficialismo –, y ni siquiera los “duros”, reales o imaginados, exponen posiciones radicalizadas o absurdas sobre la cuarentena y el desafío que representa el grave deterioro económico a la vista y con proyección dramática. Solo en los márgenes o en fosas de las redes sociales se habla de Estado de Sitio o dictadura.
Se trata más bien de atender la realidad, social y económica. Son muchos los números que evocan a la crisis de hace casi veinte años: caída del PBI que algunos proyectan alrededor de los 9 puntos, deterioro en todas las ramas productivas, fuerte pérdida de ingresos, aumento acelerado de la pobreza, sumado a la deuda y al cuadro internacional. Pero la red de social es otra, cruje por momentos pero contiene.
Esa red, que incluye como uno de sus ejes a los movimientos sociales más cercanos o alineados con el oficialismo, enfrenta ahora el caso de Villa Azul, barrio en el que tenían menos desarrollo y que se transformó en la primera expresión de cierre colectivo. Esa decisión generó alguna tensión interna en el oficialismo y escasa consideración opositora, cuando en Capital la idea del cierre barrial es rechazado. Expone los límites del aislamiento, pero casi sin debate.
El crecimiento de casos en el GBA va de la mano con la decisión de extender los testeos en zonas de potencial expansión del virus. Los dichos de Berni pintan el cuadro con pinceladas que mezclan admisión tardía del subregistro de casos y defensa de decisiones extremas como el confinamiento. Contribuyen a restar margen para convergencias políticas. Atemorizan. Y son funcionales a la construcción y descalificación del enemigo “anticuarentena”.
FUENTE: «INFOBAE».