UNA ARGENTINA YA AGUARDA POR LA VIDA ETERNA: “CONGÉLENME Y DESPIÉRTENME EN 100 AÑOS”

Corría 1986. Rodolfo Goya trabajaba en la Universidad de Michigan y ya investigaba sobre envejecimiento, su área de expertise. Su jefe había recibido un folleto de Alcor, una compañía que impulsaba algo que sonaba a ciencia ficción: se llamaba criopreservación y, en resumidas cuentas, prometía una segunda vida a personas que se congelaran apenas murieran. Su superior ojeó el panfleto con una sonrisa burlona. Morir y revivir en un futuro no era otra cosa más que un disparate. Por casualidad, antes de que ese folleto se perdiera en algún tacho de basura, llegó a sus manos.

-Me pareció fantástico. Enseguida me interesó y me hice un convencido de que la congelación era el método ideal para curar enfermedades que por ahora no tienen cura. Incluso para ofrecer una segunda oportunidad en un futuro.

Rodolfo Goya dirige un grupo de investigación en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). No es un trasnochado: es un referente en materia de envejecimiento. Más bien en desarrollar técnicas que desaceleren la llegada inexorable de la vejez. Inexorable, cree él, solo por ahora. En sus ratos libres también investiga, aunque solo como un aficionado, la criopreservación. Cree en la posibilidad de la vida eterna a tal punto que en 2010 tomó contacto con otra de las compañías más famosas, el Cryonics Institute, y firmó un contrato para congelar su cuerpo una vez muerto.

“La gente se sorprendió. Ninguno de mis familiares ni compañeros se mostró interesado en criopreservarse. Ni siquiera mi esposa”, dice Goya, de 71 años, sin hijos. Todavía no pagó los 28 mil dólares que sale su congelación, pero dispone del dinero en una cuenta en Estados Unidos y -aclara- si muere en, por ejemplo, un accidente aéreo, su familia usará la plata para iniciar el procedimiento.

La partida de defunción de Beatriz Bilone marca que murió el 9 de septiembre de 2018, a las 9:30, con 78 años.

Veinte años antes María Entraigues-Abramson, cantante y actriz, había tomado conocimiento de la criónica. No recuerda quién le mencionó la palabra, pero sí recuerda que se abalanzó sobre la poca información que había disponible.

En 2006 fue a su primera conferencia en Cambridge, Inglaterra, donde conoció a un experto en mermar la vejez. El experto le preguntó si ya era miembro de Alcor. Ella le respondió que no, que aún estaba estudiando el tema. “¿Qué estás esperando?”, le espetó. Solo un año después viajó a Arizona y se sumó a la compañía.

-Mamá y yo éramos muy unidas -dice María sobre Beatriz-. Ella estaba muy pendiente de todas mis cosas. Y le fascinaba… le fascinaba toda la cuestión del futurismo, la tecnología que avanzaba tan rápido, la extensión de la vida. Teníamos conversaciones larguísimas y desde el momento en que se enteró que existía la posibilidad de criopreservarse, expresó su interés. Decía que quería preservarse.

María reside desde 1992 en Estados Unidos. Con los años, su vínculo con Alcor se fortaleció. Empezó a representar a la empresa en los medios casi como una embajadora, a participar de programas de televisión, a hacer documentales sobre criónica, a difundir una disciplina que siempre fue observada con desdén por la comunidad científica norteamericana. Hoy es directora de divulgación y desarrollo de SENS Research Foundation, una organización radicada en Silicon Valley que busca curar la vejez a través de medicina regenerativa y biotecnología.

Beatriz Bilone, su mamá, se crió con sus abuelos. Sus padres murieron cuando ella tenía apenas 4 años. Se sentía afortunada pese a una niñez de desdicha. Tuvo a su primera hija -Beatriz, como ella- y siete años después a María. Dedicó gran parte de su vida a la educación. Fundó 19 escuelas en el Gran Buenos Aires: fue directora y docente. Pero también fue una escritora voraz, una poetisa entusiasta, hizo teatro, condujo programas de televisión y radio en emisoras de Vicente López. Durante 28 años, coordinó la Casona de María, en Pilar, un espacio que ella misma abrió, un campo que recibía a ancianos para que pasaran un día completo con actividades, juegos y comida.

“Era un tornado, nada la frenaba. Amaba la vida como nadie”, la define su hija. A fines de agosto de 2018, la hospitalizaron. Primero fue una sepsis que lograron curar gracias a un tratamiento experimental. A los días se le perforó un intestino producto de un “Síndrome de Cushing” y no pudo resistir las operaciones. Murió, como la mayoría, por el deterioro que trae la vejez.

-En agosto volví a Buenos Aires. Hice todo lo posible por salvarla y, al mismo tiempo, lideré su criopreservación, que fue la primera y hasta ahora única en Argentina. Y que fue prácticamente un milagro.

Los obstáculos se sucedieron como en una prueba de resistencia. Al no haber antecedentes en el país, no existe regulación para congelar el cuerpo -en este caso el cerebro- de una persona. María nunca mencionó que era para criónica. Lo trataba como una donación: el planteo era que su madre, en teoría, quería donar su cerebro a la ciencia. De hecho, había dejado una carta en la que expresaba ese deseo.

María hizo una lista en su cabeza. Necesitaba primero hacer un congelamiento prematuro para detener el deterioro celular. También tenía que conseguir un cirujano que extrajera el cerebro, un lugar donde se pudiera hacer eso, que le entregaran el cuerpo, cumplir con la burocracia de la muerte. Eran demasiadas cosas.

Los médicos le dijeron que no iban a poder hacer la extracción del cerebro. Los cuerpos, todos, se derivan a una casa funeraria. María se detuvo un minuto: en las funerarias extraen órganos, embalsaman cuerpos… Quizás ahí sí podía ser posible. También había que hacer perfusión y en los tanatorios tienen esas “bombas” porque les sacan la sangre a los cuerpos para embalsamarlos. Ellos debían no solo sacar la sangre, sino también introducir los químicos que criopreservan los tejidos.

Después de decenas de llamadas, a la 1 de la mañana dio con una casa funeraria dispuesta a hacer el procedimiento. Al rato, casi por alineación, un médico de su confianza, el doctor Néstor Balmaceda, que la había ayudado a que PAMI financiara los últimos días de su madre en una clínica privada, la llamó por teléfono:

-¿Cómo está tu madre? -le preguntó-.

-Mal, se está muriendo.

-¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

-No sé. Necesito que extraigan el cerebro de su cráneo.

-Yo lo hago -le respondió como si se tratara de un trámite menor-. Soy cirujano retirado. ¿No te acordás?

A contrarreloj se activó el operativo, que contó con la asistencia del grupo de “autoayuda”, formado pocos años antes. Francisco, uno de los miembros, recorrió toda la ciudad para conseguir los químicos. María se puso en contacto con los científicos norteamericanos para que los guiaran en la “microcirugía”. Rodolfo, justo de viaje, siguió la proeza a la distancia.

9:30 Apenas fallecida cubrieron su cabeza con bolsas de hielo.

11:30 Llegó una ambulancia al hospital y pusieron el cuerpo en una caja rodeada de hielo para transportarla a la funeraria, donde arribó a las 12:30.

12:45 El Dr. Balmaceda y el tanatólogo Daniel Carunchio comenzaron a perfundir el cerebro insertando un catéter en la arteria carótida derecha. La perfusión duró una hora y 45 minutos.

16 Empezó la extracción del cerebro.

17:15 Ni bien terminó la extracción colocaron el cerebro en un recipiente de plástico relleno de agua helada.

Después siguió un congelamiento paulatino. Primero el cerebro se guardó en una heladera a 2 grados. El mismo día pasó a un congelador estándar a 16 grados bajo cero. Sobre la medianoche del día siguiente se agregó hielo seco para bajar aún más la temperatura. A las pocas horas se colocó el recipiente con el cerebro, envuelto en toallas, en una caja con hielo seco. Al final, el 12 de septiembre, tres días después de la muerte de Beatriz Bilone, la caja se almacenó en un “ultracongelador”, primero a -70 grados y luego a -80.

El cerebro permaneció en el ultracongelador hasta el 4 de febrero de 2019. Dentro de una caja más grande, rellena de hielo seco, fue trasladada por correo al aeropuerto para su transporte aéreo hasta Los Ángeles, donde está la sede de la 21st Century Medicine, la organización más importante en materia de investigación de criobiología. Ya cuatro años después, hoy, están terminando un estudio para ahora sí, por fin, llevar el cerebro a las instalaciones de Alcor, donde permanecerá años y años, quizás siglos.

-Es una posibilidad -dice María, que también ya tiene un contrato firmado para criopreservarse cuando muera-. Morirse sin criopreservarse te da absolutamente cero posibilidades. Haciendo esto, te da una chance. Quizás sea muy muy pequeña, pero es una chance.

FUENTE: INFOBAE.

Radio Bella Vista