LA NOCHE QUE TYSON LE ARRANCÓ UN PEDAZO DE OREJA A HOLYFIELD

Fue el show boxístico más lucrativo del siglo. Detrás de esos dos hombres había una historia en común donde se conocían secretos, bajezas y puntos frágiles donde atacarse. 

Tal vez sin quererlo Tyson pudo ser ese protagonista del brillante escritor norteamericano cuando seccionó con la fuerza de sus dientes rabiosos ocho centímetros de la oreja derecha de su ex compañero Evander Holyfield. Aquello ocurrió una noche de inolvidable oprobio ante millones de azorados testigos en todo el mundo según lo reflejan las cifras oficiales: fue la pelea mejor paga de la historia para boxeadores profesionales en ese momento; Holyfield cobró 35 millones y Tyson 30, de los que le redujeron el 10 % por la multa a su conducta antideportiva.

También había sido, hasta ese momento, el evento más lucrativo de todos los tiempos: el PPV se vendió a dos millones de hogares que produjeron 99 millones de dólares. Además, asistieron 18.187 personas al estadio del MGM de Las Vegas que generaron 17.277.000 de dólares. A los que hay que agregarles más de 21.000.000 de dólares en derechos internacionales y 6 millones por la proyección en lugares con Circuito Cerrado traducidos en 1627 cines y teatros en todo el territorio de los Estados Unidos. Estos números recién fueron superados en 2007 por De La Hoya vs. Mayweather, por Mayweather vs. Pacquiao y por Mayweather vs. McGregor.

Para esos millones de espectadores se trataba de una esperada revancha después del triunfo de Evander por nocaut técnico en el 11° round cuando se enfrentaron por primera vez el 9 noviembre de 1996; para los boxeadores en cambio, era la continuidad relacional de un tormentoso pasado que los unía en el secreto y la abyección.

La historia de la disputa personal entre ambos comenzó en el campamento de Colorado Spring en agosto del ’83 cuando el equipo preseleccionado de USA iniciaba su camino hacia los Juegos Olímpicos de Los Angeles ’84. Entre los pesados estaba Mike Tyson que tenía 17 años y junto a los medio pesados, con 10 kilos menos se hallaba Evander Holyfield. El problema para Pat Natti, el director técnico jefe del equipo, era que nadie quería guantear con Tyson a quien consideraban un animal, mal compañero pues siempre aprovechaba su impresionante pegada para noquear o causarle daño a quien fuere.

El único del equipo que le hablaba a Tyson era Holyfield; los demás aludían a él con sarcasmo e ironía pues Mike entrenaba con unos pantalones blancos muy ajustados en los glúteos y los boxeadores del equipo solían hacer chistes de mal gusto imitando a los homosexuales. También se burlaban de su manifiesto seseo al hablar y de sus frases poco entendibles ya que a Mike le costaba cerrar la idea de lo que quería decir.

Los integrantes de aquel equipo despreciaban a Tyson a pesar de saber algunas de las cosas terribles que había padecido y de haberles confesado personalmente: “Mi madre era una trabajadora sexual, mi padre fue un delincuente drogadicto y nos abandonó cuando éramos niños, fui 38 veces detenido por la policía por hurto, robo, ebriedad, acoso, extorsión, agresión a la policía, lesiones, abuso…”.

Por cierto aquellos jóvenes boxeadores estaban lejos de sospechar lo más abominable que Tyson había sido abusado sexualmente a los 7 años, tal su conmovedora confesión a la ESPN y que fuera ratificada la semana pasada en el programa Opie Radio de la cadena Sirius XM. Fue en ese medio en el cual se proponía hablar sobre su intención de regresar al ring para realizar una exhibición benéfica y terminó diciendo públicamente algo que solo sabían algunas personas vinculadas al boxeo y al pasado de su vida.

En aquel año de 1983 el único que aceptó hacer guantes con Tyson fue Evander quien por entonces tenía 21 años. «Yo no le tengo miedo a esa bestia”, exclamaba. Y el entrenador Pat Nati vivió una odisea pues a pesar de sus recomendaciones a Tyson para que no se excediera no los pudo controlar ni separar y se pegaron desenfrenadamente durante dos minutos sin dar un paso hacia atrás. Mientras se pegaban tanto Tyson como Holyfield se insultaban de la peor manera y en aquella sesión de guantes Evander le metió un par de cabezazos y golpes bajos que fueron naturalmente amortizados por los protectores de cada zona. A Tyson le quedó claro que el único de todo el grupo que no le tenía miedo era Holyfield.

En el mismo sentido y sin sospechar ningún futuro, Evander aprendió como desestabilizar emocionalmente a Tyson: hablarle, insultarlo, tirarle cabezazos, palanquearlo, pegarle abajo, ponerlo furioso. Una semana después de ese suceso, el entrenador del equipo de los Estados Unidos Pat Natti recibió el reporte médico de todos los boxeadores que habrían de competir para llegar a ser olímpicos y lo paralizó una frase proveniente del área de Psicología: “El coeficiente mental de Michael Gerard Tyson o Mike Tyson es equivalente al de un niño de 12 años”. Finalmente Henry Tillman le ganó la pelea clasificatoria y luego se consagró campeón olímpico de los pesados en Los Angeles ’84. En ese equipo también obtuvo la medalla de bronce pero en la categoría medio pesado, Evander Holyfield.

Jamás el MGM de Las Vegas había vivido una noche tan caótica como la del 28 de Junio de 1997. Nunca antes el ring se vio invadido por mas de cien personas exaltadas que cumpliendo diferentes funciones quedaron encerrados en los 6 metros por lado que mide el cuadrilátero, apretujados, confundidos, mezclando voces, expresiones, transpiración, euforia, desencanto, indignación, sonrisa, gritos, llanto, amenazas… Y en medio de tanto pavor Tyson –ya descalificado– que quería ir a pegarle a Holyfield cuya impresionable herida en la oreja derecha se transformaba en un símbolo cruel del salvajismo.

El público seguía atónito pues había visto en vivo y revisto en las pantallas del MGM cómo Tyson en la segunda vuelta le seccionaba una parte de la oreja derecha a Holyfield sin que el árbitro Mills Lane lo descalificara de inmediato. Más grave aún permitió que la pelea continuase. Fue así que cuando sonó la campana llamando a combatir para el tercer asalto, Tyson salió disparado de su esquina sin el protector bucal, fuera de sí, rememorando sus tristes épocas de pandillero y le propuso a Holyfield el cambio de golpes. Lo hizo tres veces y siempre halló la respuesta de un rival entero física y mentalmente. Fue entonces cuando fuera de sí e impotente lo volvió a hacer, pero ésta vez la mordida fue a la oreja izquierda.

Holyfield le ganaba por segunda vez. O por tercera si contamos aquella pelea durante el entrenamiento en Colorado Spring cuando ambos eran amateurs y con diez kilos de ventaja Tyson recibió más de lo que pegó ante el único compañero de equipo que se le animaba y le dirigía la palabra sin ocultarle su desprecio.

Después del desorden generalizado, el abandono lento y tensionado del estadio, los corrillos impregnados de polémicas en los pasillos, restaurantes y bares del hotel, las voces altisonantes en el lobby, en los ascensores y hasta cierto clima extraño en las mesas del casino, se realizó de igual manera una apocalíptica pero sagrada conferencia de prensa. Fue allí donde Tyson se quejó de haber recibido dos cabezazos: uno el round inicial y otro “tremendo”, dijo, en el segundo asalto. El árbitro Lane quien fue nombrado a pedido de Tyson declaró que “los cabezazos de Holyfield fueron accidentales”. Y en medio de mutuas acusaciones y desbordes, los dos volvieron a sus camarines.

Sin Tyson no hubiese habido Holyfield. Esas dos peleas y especialmente la última, la de la oreja, los simbiotizaron pues resulta difícil nombrar a uno sin asociarlo con el otro. Y hasta es admisible cierto respeto y vedada admiración pues fue Evander el único que le hablaba en las épocas juveniles, aceptaba hacer guantes con él, se fajaba de igual a igual con diez kilos menos y cuando llegó el momento de disputar la corona mundial de los pesados supo como desequilibrarlo con sus fouls, sus insultos y su oficio.

Holyfield estuvo en Buenos Aires en el 2011 en oportunidad de celebrarse los 20 años de Space. La gestión para traerlo estuvo a cargo del prestigioso colega Juan Abraham-Larena, la figura comunicacional más emblemática del boxeo en la señal. Fue en tal oportunidad en la cual Holyfield ya sea frente a la prensa o ante Daniel Scioli –entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires– refirió a la pelea contra Tyson sin desclasificar ninguna confidencia. Para Evander aquel episodio solo llenó una página gloriosa de su vida que le permitió ganar 30 millones de dólares, tener una casa con 109 habitaciones (luego subastada por deudas), resarcir dos divorcios, mantener a un nuevo hogar con once hijos, gastar unos 15.000 dólares por mes solo en el jardinero, ingresar al Hall de la Fama, facturar un millón de dólares al año en relaciones públicas para presentarse en eventos y ser para siempre la contrafigura de Mike Tyson, el pesado más violento y pegador de la historia.

Ahora a los 54, aquella criatura crecida en el avatar de la calle oscura, de la tenebrosidad irredenta, de la cárcel reiterada, de la piel sin caricias, del corazón sin ternura, extraña el mejor mundo que habitó, el de seguir siendo. Entonces volvió al gimnasio, se entrenó, bajó 20 kilos, subió un video que asombra por su velocidad y se dispone a volver al ring con fines solidarios. Si lo logra será contra un luchador de las Artes Marciales Mixtas (MMA). Tal vez Tito Ortiz o un Ortiz cualquiera, no importa, será bizarro y triste.

Lo que Tyson quería era hacerlo contra Holyfield, el osado compañero de equipo que lo enfrentó, le peleó, lo insultó, le quitó el equilibrio emocional, lo llevó al extremo del rencor, del odio y le ganó dos veces.

Hoy, atravesando la mayor edadTyson transformó el odio en reconocimiento y Holyfield dejó de ser su adversario pues se ha transformado en una parte esencial de su propia vida.

FUENTE: «INFOBAE».

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