UN ESTUDIÓ MOSTRÓ QUE LA INFIDELIDAD LLEVA A LA DEPRESIÓN

El compromiso en la pareja comprende cuidarse mutuamente, el respeto, la empatía, y, por ende, sostener y nutrir la base afectiva. Las consideraciones vinculares pueden ser normas generales que se naturalizan como propias, o bien se construyen en el ámbito de cada unión. Los cambios a lo largo de los años han llevado a superar las normas impuestas por la sociedad y las religiones (cumpliendo con una rígida vida marital y familiar) hasta convertirse en un modelo más flexible donde las reglas se construyen en el ámbito de lo privado.

En estos últimos tiempos la monogamia ya no ejerce tanto su poder como antes, permitiendo que las personas puedan poner en discusión esta norma moral, quizá sin transgredirla, pero por lo menos, hablar, fantasear o animarse a romperla con acuerdo previo. El nudo de la cuestión es el consenso. Las parejas que pactan abrirse a terceras personas deben cumplir con algún tipo de acuerdo para que el vínculo original no se ponga en peligro. La regla sería: podemos estar con otras personas para que nuestro vínculo se nutra de esa experiencia, no para que ponerlo en riesgo.

Se sabe que no toda pareja está preparada para abrirla, es más, tener relaciones abiertas consensuadas con la única intención de salvar un vínculo que hace agua, es dar el paso que faltaba para la ruptura. Por lo tanto, las relaciones abiertas necesitan de un consenso previo basado en vivir nuevas experiencias sobre una base de solidez vincular.

¿Y qué pasa cuando se rompe el, ocultamiento, cuándo la verdad sale a la luz? Hay distintas reacciones frente a la conducta de la pareja infiel, desde la extrañeza (“creí que lo/la conocía y me equivoqué”), la ira (“le junté la ropa y lo/la eché”), la angustia (“me decepcionó, años de amor tirados a la basura”), autorreproches (“debí estar más atento/a a las señales”), la revancha sexual (“ahora me libero, le voy a hacer caso a mis amigas/os); la revancha económica (”ahora me va a rendir cuentas de todos los bienes que me ocultó durante años”) y la reacción depresiva (”no soporto esta situación, no voy a salir de esta tristeza).

Existen estudios que demuestran que la reacción frente al hecho infiel está dentro de los factores estresantes relacionados con la humillación, provocando síntomas depresivos. Un alto porcentaje de personas refieren depresión mayor después de descubrir la infidelidad en el último año, sobre todo cuando el vínculo de pareja viene con problemas y no cuentan con los recursos psicológicos necesarios para afrontar el hecho (insatisfacción y falta de ajuste marital).

Los eventos traumáticos en general se dividen en: humillación, perdida y peligro y provocan distintos tipos de sentimientos. La humillación devalúa a la persona con respecto a sí misma y a los demás, por lo cual, la infidelidad está dentro de esta categoría.

Según un estudio publicado en EE. UU. (Proceso Familiar, 2016), el diagnóstico de depresión en las personas que habían descubierto la infidelidad en el último año aumentaba nueve veces más en comparación con las que no se enteraron de una aventura de la pareja.

Los investigadores también encontraron que la infidelidad provoca sentimientos de desesperanza, impotencia y derrota, que, de por sí, son estados afectivos que predisponen a la depresión; sumado a esto, aumenta el consumo de alcohol y la ansiedad social (fobia social).

Además, los resultados sugieren que, en los 12 meses anteriores a la entrevista, las mujeres eran ocho veces más propensas que los hombres a descubrir que su pareja estaba teniendo una aventura. Se demostró también que de las tres formas de descubrir la infidelidad (entrarse por sí misma, que le cuenten otros o “in fraganti”), las dos primeras tienen más probabilidades de tener síntomas depresivos.

FUENTE: «INFOBAE».