Rubén Miño, consagrado autor e intérprete de la música litoraleña quien grabó discos junto a otros destacados del género como Isaco Abitbol, Polito Castillo, Antonio Niz, entre otros, aún está vivo en la memoria de sus seguidores y familiares que cada año lo recuerdan con música y nostalgia. A 27 años de la desaparición física, una de sus hijas, Cristina Miño, recordó en este medio el significado que tuvo y tiene Rubén en sus vidas. “Dispusieron desde el municipio, efectuar el homenaje en la parte artística el día sábado en la Casa de la Cultura. Fue un evento que colmó todas las expectativas porque el grupo que vino estuvo excelente. Los chicos que bailan, lo hicieron con muchas ganas y nosotros quedamos emocionados. El domingo se hizo la misa y hoy se hace la ofrenda floral en la Costanera. Mi papá estaba en la capital, nosotros nos trasladamos y nos abrieron las puertas la familia de Antonio Niz y el día 31 de julio a las 07:00 horas, nos llamaron y nos pidieron que nos presentemos lo antes posible. Fuimos con mi mamá, hacía mucho frío y a las 11:05 de la mañana nos informan que papá falleció. Nos sentíamos asustadas porque nos preguntamos qué hacíamos y nos sentimos solas. La realidad es que la gente de Bella Vista organizó todo el sepelio y el traslado. A papá lo velaron en el Salón Yapeyú y nosotros no podíamos ni decidir porque estábamos totalmente shockeadas. Sentimos que el pueblo en sí, nos acompañó hasta el último momento en el cementerio; eso nunca lo vamos a olvidar y no creo que se haya visto algo similar”, contó.
Desde aquel fatídico 31 de julio de 1996, quedan las semblanzas de una persona cálida y apasionada por el acordeón. Mirta Miño, otra de sus hijas, contó como fueron los últimos años de Rubén y agradeció además el amor recibido por la comunidad de Bella Vista. “En 1975 a papá le agarró una peritonitis. Se organizó desde el gobierno el traslado a Buenos Aires. Ahí tuvo 7 operaciones y estuvo convaleciente muchos meses. Con el tiempo se recuperó lentamente, tenía que volver a operarse pero no quiso saber más nada. De a poco se incorporó con la música y ahí tuvo de nuevo los contratos. Siempre era propuesto por los sellos grabadores y tenían que ir a Buenos Aires por una semana para grabar todo junto. Esas cosas nos enteramos de grandes, lo único que sabíamos era que papá no estaba. Desde la partida de Isaco, algo detonó en él y en 1995 comenzamos a notar que se olvidaba algunas notas y se ponía nervioso porque no sabía qué tenía; se hizo los estudios y le salió algo hereditario que se ve que se activó por alguna emoción o situación y era operarse o dejar que avance la bomba de tiempo. Consultando con los neurólogos, se decidió a operarse y se despidió. Uno tenía fe pero lamentablemente no sucedió, por algo pasan las cosas y debemos resignarnos como seres humanos que creemos en Dios. Ahora recordarlo es tenerlo presente”, dijo.

Uno de los artistas invitados al homenaje musical realizado el día sábado por la noche en Casa de la Cultura, Renato Fagúndes, habló en ÑANDE CABLE sobre el honor de participar de un evento para mantener vivo el recuerdo de Miño. “Es una alegría inmensa poder llegar a los pagos de dulces naranjas, cuna de chamameceros y en una ocasión especial como el homenaje a Rubén Miño. Para recordar a un grande, es una alegría, compromiso y lo tomamos con mucha responsabilidad. Venir acá es una sensación ya que aquí nacieron grandes exponentes y ocurrió la lamentable tragedia de aquel lejano año. Nos han dejado un gran compromiso que las nuevas generaciones deben tratar de mantener con la vara alta”, señaló.
Rubén Miño nació el 7 de septiembre de 1931 en la entonces Colonia 3 de Abril (actualmente Municipio de Tres de Abril) Departamento de Bella Vista, Corrientes. Al crear su partida de nacimiento cometieron el error de escribir su nombre con la letra “v”, por lo que su nombre en realidad es Ruvén y no Rubén; y es por esto que en algunos lugares puede verse la falta de ortografía intencional al mencionarlo, como en las calles que llevan su nombre en su ciudad natal.
A los 15 años de edad, sabiendo tocar la guitarra comienza sus estudios de acordeón, para pocos años después radicarse en Buenos Aires e incorporarse como guitarrista al conjunto musical de Ramón Quevedo y luego a la agrupación “Embajada Cartelera Correntina” dirigida por Polito Castillo. A los 22 años conoce a Ernesto Montiel, quien ve en él un talento nato para el acordeón y lo alienta a ejecutarlo en el chamamé obsequiándole uno de sus mejores instrumentos.1
Durante su larga estadía en Buenos Aires es invitado a participar en grabaciones discográficas de reconocidos artistas del género como Emilio Chamorro, Ramona Galarza y Emeterio Fernández. Para finales de la década de 1960 vuelve a Bella Vista y comienza su etapa más conocida, donde graba varios discos junto a los Hermanos Vallejos. Para comienzos de la década de 1990 forma junto a Isaco Abitbol en el bandoneón y la guitarra de Antonio Niz el reconocido Trío Pancho Cué, grabando el disco homónimo que recibe el premio ACE.